El próximo día 1 de junio se cumplirán dos años desde que se produjo un caso de rabia en Toledo. Quedó como una anécdota sin importancia, pese a ser un claro ejemplo de lo poco que las administraciones se preocupan por la integridad de los animales, y por la de quienes nos preocupamos por ellos.
En pleno Corpus, una de las fiestas más importantes y que más gente atrae a Toledo, nuestra compañera Susana paseaba con Pipo, un perro en acogida, cuando se encontró con una perra aparentemente abandonada que intentó morderla, y que huyó cuando Pipo se interpuso. Esa madrugada la perra fue abatida a tiros por la policía. La sospecha de que padeciera la rabia se confirmó días después, haciendo saltar las alarmas en la Consejería de Agricultura de la Junta de Castilla-La Mancha.
Al conocerse esa información, Jorge Monsalve Tresaco, de la Consejería, me llamó para informarme, en tono amenazador e inquisitorio, de la obligación de poner a Pipo a disposición de las autoridades, ya que había mantenido contacto con la perra, cuyo nombre, Marquesa, supimos cuatro semanas después. Comenzaba la crónica de un asesinato anunciado que intentamos parar por todos los medios.
El próximo domingo 21, a las 18.30 horas, una concentración en la plaza de Zocodover de Toledo recordará a Pipo, uno de los perros injustamente sacrificados en la gestión de aquel caso.