Poema de Julio Ortega. Maravilloso, como siempre.
Saltos a esquinas robadas en el sofá bajo miradas cómplices que aparentan no ver…
Un rincón en un callejón, centímetros oscuros disputados a las ratas y a la basura.
La primavera eterna entre las paredes de mi universo, el conocido, el seguro, el mío…
Un invierno perpetuo entre los confines de un universo inhóspito y
amenazador, un firmamento que no me pertenece y en el que no hay espacio
para mí.
El cacharrito de comida siempre en su sitio y
siempre lleno de ese aburrido pienso. Mi carita más tierna, un par de
lamentos moviendo el rabo y… ¡magia!: aparecía la deliciosa golosina…
Plásticos que son sudarios de despojos desgarrados a mordiscos buscando
desperdicios que masticar, desechos que en vez de alimentar enferman.
Pero lo peor no es la incomodidad.
Lo más duro no es el frío o la lluvia.
Ni tan siquiera es el hambre el padecimiento más terrible…
La incomprensión es la pesadilla más espantosa y la soledad la más cruel de las realidades.
Unos dedos haciéndote cosquillas en la barriga…
Una garra clavándote las sucias uñas de la tristeza, del miedo, de la nostalgia, de la confusión.
Cuando arrojas de tu casa a un perro no sólo te deshaces de un ser con
una piel y un estómago, también estás abandonando a una criatura que
tiene un corazón con sentimientos y un cerebro con recuerdos.
¿Los tienes tú?