España es el país de los galgos ahorcados. España es el país que no aprecia la ternura inconcebible de un animal que se enreda con el aire, dibujando piruetas imposibles. España es el país de árboles con ramas asesinas, donde una infame cuerda siega una vida tan ligera como la espuma. España es una tierra yerma que entierra la poesía en sus entrañas muertas.
Los galgos son poetas emboscados en el viento, que doblan las esquinas en silencio, deslizándose como un brazo de agua escapado de una acequia. Los galgos son poetas que se recortan contra la luna, componiendo siluetas inauditas. Los galgos encabalgan las palabras o saltan por encima de ellas, sorteando las tildes, tan arrogantes e inflexibles. La tilde es una señora ridícula que se clava en las palabras como una espina. Los galgos perturban su rutina, lanzándola al viento, que juega con ella hasta que se aburre y la deja sobre un tejado, donde se confunde con una ramita. A veces, acaba en un nido. Allí recibe lecciones de humildad y acepta su dolorosa intrascendencia. Las pisadas de los galgos no dejan huella. Son veloces, aladas, casi etéreas. No les afecta la gravedad ni la dureza de la piedra. Los galgos aceleran el movimiento de rotación de la tierra, cuando la locura se apodera de ellos. Los ojos apenas pueden seguir su vertiginosa galopada, pero gracias a sus carreras escuchamos la música de las esferas.