España acorrala a las fiestas con maltrato animal


Son síntomas de una nueva tendencia, de un cambio de valores en la defensa de los animales que echa sus raíces en "los avances científicos, que han confirmado que los animales pueden padecer sufrimiento físico y tener emociones, como les ocurre a los humanos", afirma José Enrique Zaldívar, presidente de la Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia. Los mamíferos y la mayoría de las aves son capaces de sentir emociones, procesarlas y responder ante ellas, expone Zaldívar. En la denominada Declaración de Cambridge, del año 2012, destacados neurocientíficos manifestaron que los mamíferos tienen conciencia y pueden sentir miedo, frustración, placer, dolor o estrés. "La ciencia nos ha permitido abrir los ojos y ha hecho que la sociedad haya cambiado su consideración sobre los animales", sentencia Zaldívar.

Muchos de estos espectáculos son aparentemente incruentos porque no hay sangre. Pero son crueles. Es lo que ocurre, por ejemplo, con los toros embolados del Levante (a los que se les coloca unas bolas de fuego sujetas sobre las astas antes de recorrer un recinto preestablecido), o con los toros ensogados de Castilla y León, Aragón o Navarra (que, sujetos o amarrados con cuerdas, son citados, toreados o burlados por grupos de jóvenes). "En todos estos casos, se inflige sufrimiento a los animales" que acaban padeciendo "estrés crónico o no adaptativo" agrega Zaldívar. Incluso, en las inofensivas fiestas de "bous a la mar" de Dénia (toreadas para que caigan al agua) suelen darse accidentes graves y ahogamientos.

Una de las fiestas más polémicas es la de Toro de San Juan, de Coria (Cáceres), en donde el animal se suelta en el recinto amurallado de la localidad. Durante casi dos horas, los vecinos le acosan (se prohibieron hace unos años las cerbatanas) e, incluso, le aplican aguijones eléctricos hasta que el toro, una vez agotado y exhausto, agoniza antes de ser rematado de un disparo. A los defensores de los animales les irrita este ajusticiamiento, pues el disparo se produce en la plaza pública a la vista de todo el mundo, incluidos los menores. La crueldad es tal que si el tiro no es mortal, actúa un matarife, que aturde al animal con una pistola de bala para luego utilizar la puntilla, un cuchillo de diez centímetros para destrozar el bulbo raquídeo. La puntilla fue prohibida hace años en los mataderos europeos al ser un método cruel de dar muerte a un animal para sacrificarlo.

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