Y aquella mañana, al observarle, ya no vió a un animal, vió a un ser vivo que también le miraba.
Y al observarse a sí mismo ya no vió a un hombre, vió a un animal que había aprendido a mirar.
Y descubrió que la racionalidad puede ser tan ciega como mudo el sufrimiento.
Y que la crueldad es siempre humana como animal es siempre la compasión.
Y ya nunca olvidó el día en el que entendió que estaba más solo entre
los hombres, sí, el mismo día en el que se sintió más acompañado que
nunca en el planeta.
Si la maldad sólo puede habitar en el alma de los humanos la verdadera inocencia sólo puede hacerlo en la de los animales.
Y como eso también lo comprendió, aquella mañana echó fuera de su alma
la maldad, y el espacio que no pudo recuperar para la inocencia lo llenó
de compasión, de justicia y de coraje para luchar por ambas.
Para luchar por los animales. Para luchar por él mismo.
Acababa de nacer un activista por los derechos de todos los animales.